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20 may 2012


Todo con una ronrisa.
 
Todo lo que sé sobre el arte de las ventas me lo enseño Walt, mi padre, una tarde en su mueblería de New Era, Michigan. Yo tenía apenas doce años.
Estaba barriendo el piso cuando una mujer madura entró en la tienda. Le pregunté a papá si podía atenderla.
-Seguro -me contestó.
-¿Puedo ayudarla?
-Sí, jovencito. Compré un sofá en esta tienda y se le desprendió una pata. Quiero saber cuándo podrán ir a arreglarlo.
-¿Cuándo lo compró, señora?
-Hace aproximadamente unos diez años.
Le dije a mi padre que la mujer pensaba que le íbamos a arreglar gratis su viejo sofá. Él me contestó que fuera a decirle que estaríamos en su casa por la tarde.
Después de atornillarle una nueva pata al sofá, nos despedimos y, en el camino a casa, papá me preguntó:
-¿Qué es lo que te preocupa, hijo?
-Sabes bien que quiero ir a la universidad.
Si nos dedicamos a arreglar sofás viejos sin cobrar, ¡nos iremos a la quiebra!
-De todos modos tenías que aprender a reparar esa pata. Además, no te diste cuenta de lo más importante. No te fijaste en la etiqueta de la tienda cuando volteamos el sofá. Lo compró en Sears.
-¿Quíeres decir que hicimos el trabajo sin ganar nada y que, además, la señora ni siquiera es nuestra clienta?
Papá me miró fijamente y me dijo:
-Será nuestra clienta a partir de hoy.
Dos días después, la señora regresó a nuestra tienda y compró varios miles de dólares en muebles nuevos. Cuando se los entregamos, colocó un frasco de un galón lleno de cambio, de billetes de uno, cinco, diez, veinte, cincuenta y cien dólares, encima de la mesa de la cocina.
-Tomen lo que necesiten -dijo antes de abandonar la habitación.

Me he dedicado a las ventas durante treinta años a partir de ese día. He tenido el promedio de ventas más alto en todas las organizaciones que he representado, porque tengo la costumbre de tratar a cada uno de los clientes con respeto.

Michael T. Burcon

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